sábado, 31 de julio de 2010

Paralelos: Ecuador

Mama, ¿recuerdas cuando usando el Minipimer de forma poco ortodoxa (por no decir “como una lerda”), se me enredó la melena y casi muero del shock? o ¿cuando en Lanzarote me quedé dormida bocabajo sin ponerme protector solar y después parecía un Chupa-Chups nata-fresa? o, hace dos veranos ¿cuando le pegué una patada en los huevos a un Tiranosaurus Rex y el muy cretino me arrancó un brazo? Si la memoria no me falla no se aclararon las responsabilidades de tales accidentes y, después de leer esto, me pregunto la razón.

Para los que pasen de leerse todo el artículo de El Periódico os resumo la noticia:

 El Gobierno de Ecuador ha recurrido el archivo de las diligencias por el accidente de tren de Castelldefels

 “El recurso ha sido interpuesto por la Secretaría Nacional del Migrante (SENAMI) en nombre del Gobierno, ha informado el organismo oficial en una nota de prensa, que con ello pretende "que continúe el procedimiento" y hace hincapié en que "hubo muy poco tiempo para estudiarlo".
 El juez de Primera Instancia e Instrucción 1 de Gavà ha archivado las diligencias abiertas por el accidente de tren de Castelldefels en el que fallecieron 12 personas la víspera de Sant Joan, al concluir que se debió a una actuación "imprudente y temeraria" de las víctimas.”

¿Poco tiempo para estudiarlo? Tranquilos, aquí leemos muy rápido.

Voy a ser grosera, políticamente incorrecta e irreverente: los 12 muertos del accidente ferroviario de Castelldefels la diñaron por idiotas. No por ser ecuatorianos, colombianos o rumanos. Por idiotas. Si Stephen Hawking hubiera bajado a la vía con su silla de ruedas ultrasónica, hubiera muerto por idiota. Y entiendo como única posibilidad de responsabilidad para Renfe que cientos de revisores y taquilleras con los ojos inyectados en sangre y risa demoníaca, empujaran a los pasajeros a las vías e impidieran su escalada al andén con un lanzallamas, cosa que no ha mencionado ninguno de los supervivientes.

Al día siguiente del siniestro, el cónsul general de Ecuador, Freddy Arellana, hizo unas declaraciones que dejaban entrever la posibilidad de la noticia que saltó ayer:

“…Freddy Arellana, aseguró que las víctimas del atropello mortal de Castelldefels "no encontraron la señalización adecuada" para cruzar las vías, según le explicó a él mismo un funcionario ecuatoriano que vivió el atropello. El funcionario y su familia cruzaron las vías indebidamente y "estuvieron a décimas de segundo de ser víctimas".” Europapress

 Para mí el testimonio del funcionario ecuatoriano sólo desvela una cosa, que también es idiota, pero con un mejor crono.
 ¿Y los cientos de personas que debieron cruzar por el paso subterráneo? ¿Se dirigían al túnel a hurtadillas cuando los ecuatorianos no miraban? ¿No insinuará el cónsul con sus declaraciones que sus compatriotas no saben lo que es un paso subterráneo porque nunca han visto uno?
Creo que existe un candidato para ocupar el puesto del cónsul, os paso su video de presentación:



También es curioso que sea el gobierno de un país como Ecuador el que hable de responsabilidades cuando, individuos como Gilberto Chamba alias “el monstruo de Machala”, tras pasar 7 años en prisión por la violación y asesinato de 8 mujeres –leísteis bien, menos de un año por víctima- y limpiar sus antecedentes penales, pueden emigrar a cualquier parte del mundo y seguir ejerciendo de psicópatas. ¿Dónde estaba señalizado que el Chamba empalaba mujeres?

Debe ser duro para la familia no poder culpar a nadie de tu muerte, o peor aún, ser consciente de que el difunto, sin premeditación suicida, fue responsable de su propio exitus por simple estupidez.
Espero que mi familia sepa perdonarme si algún día muero al intentar limpiarme la cera de los oídos con una Black & Decker.

sábado, 17 de julio de 2010

El nunca lo haría



No, no he abandonado el blog en una cuneta ni en ninguna gasolinera... Pero nos encontramos en el mes de Julio (¿si le dieron un mes al Sr.Iglesias, para cuando el de David Bisbal?) y el negro que escribe las entradas y firma con mi nombre está de vacaciones.

Pronto le quitaré las pilas al vib..., al despertador y me las pondré yo.

viernes, 2 de julio de 2010

C/ Metges 13

Son las 2:00h de la mañana y no puedo dormir, hace más de hora y media que he abandonado la lectura nocturna con un sonoro choque de páginas. Mientras hago la croqueta en la cama, incapaz de durar más de 2 minutos en la misma posición, no consigo dejar de pensar… que si el Ibex 35, la propulsión iónica, qué habrá sido de Fernando Esteso, como meter un barco en una botella de Coca Cola de 2 litros, mis clases de hula-hop, el antiguo piso de mis abuelos…

“Casa dels avis” era un piso pequeño y oscuro en el número 13 de la derruida calle Metges de Barcelona, en el Casco Viejo. Por el antiguo sistema gremial de la ciudad podemos deducir que, siglos atrás -aunque no sabría decir cuántos-, ésta calle concentraba el mayor número de matasanos de la capital catalana. El edificio de piedra donde vivieron Vicente y Catalina la mayor parte de su vida, fue sin duda el primer edificio “vela” de la ciudad, cuando enfilábamos la calle desde su entrada sur, se podía apreciar fácilmente como lo que debía ser una fachada, se abombaba como la barriga de una preñada. Recuerdo la calle en un estado lamentable desde bien pequeña, donde lo mejor que podías hacer era esquivar socavones, mierdas de perro y yonkis, mientras usabas la mano a modo de abanico para apartar moscas y otros bichejos voladores. Tiempo atrás fue una calle normal, con una relación estrecha entre los vecinos y una bodega que los unió todavía más al instalar la primera tele del barrio.


El interfono no existía en un edificio tan estrecho que sólo permitía un balcón de apenas un metro de ancho en cada piso. Cuando llamábamos al timbre -que seguro instaló mi abuelo- automáticamente dábamos un paso atrás, mirábamos hacia arriba y esperábamos el movimiento de la ropa tendida y el hueco por el que aparecía la cara de mi abuelo. El lanzamiento de llaves –envueltas en una gamuza sujeta con una goma de pollo- se ejecutaba magistralmente por Vicente, de la destreza del receptor dependía el atraparlas al vuelo ya que el riesgo de que cayeran sobre una mierda o una rata muerta, era alto. La familia batió récords de tiempo en la subida de los dos primeros pisos; para llegar al primer escalón del ascenso debíamos recorrer un largo pasillo que acababa en la puerta del bajo, allí vivía “la Pepa”, o mejor dicho, allí se descomponía. La peste que emanaba de esa puerta era tan fuerte que no recuerdo haber respirado nunca antes de escalar 20 o 30 peldaños. Está claro que “la Pepa” sufría el síndrome de Diógenes, aunque en aquellos tiempos se la conocía como “la loca guarra del bajo”, que sinceramente, viene a ser lo mismo.


Las escaleras del edificio tenían una trágica historia a sus espaldas que afectaba directamente a los Giménez. Mi bisabuela, la “yaya”, murió con 80 y tantos años, al despeñarse por ellas mientras las fregaba. ¡Como lo cuento! En algunos escalones había gotas de pintura roja de antiguas reformas con las que mi mente macabra fantaseaba, imaginando que eran restos de sangre de la limpísima anciana.

Al llegar al 3º 2ª la puerta ya estaba abierta de par en par. Sin poner un pie dentro de la casa, al final del largo pasillo que allí mismo comenzaba, se podía ver el pequeño balcón que proveía de luz natural al salón-comedor. Al lado izquierdo de ese pasillo comunicaban todas las estancias de la casa, en el derecho y empapelada con una bonita imitación de tablones de pino, se alzaba una pared irregular donde lucían varios cuadros, platos decorativos y demás recuerdos. Al cruzar el quicio de la puerta, encontrábamos la cocina-lavabo (no, no me he confundido), a un lado la nevera, al otro, el pequeño aseo y la ducha, separados de la cocina por una endeble puerta. Al abrirla, la taza del wáter aparecía inmediatamente colocada de forma lateral, o sea, no entrabas al baño sino que te sentabas directamente. En esa posición, cuando cerrabas la puerta, quedabas totalmente enclaustrado. El toallero a la izquierda a escasos centímetros de la cabeza y del otro lado, la puerta en la que venía incorporado –si no recuerdo mal- el rollo de papel higiénico y donde te podías apoyar cómodamente si ibas estreñido. Si volcabas la cabeza hacia delante, te la podías lavar fácilmente en la ducha. Lo más curioso de todo es que, debido al escaso espacio, no había lavamanos y, tanto los dientes, las manos, como la cara, te los tenías que asear en la pica de la cocina.

La siguiente habitación que encontramos, era un habitáculo de no más de 6 m2, donde siendo mi padre pequeño, vivió una familia realquilada de 4 miembros. Ésta misma familia, más unos primos lejanos, participó en “Qué apostamos”, jugándoselo todo a que se metían 15 en un seiscientos. Ganaron. Los últimos años fue la habitación de mi abuelo, su reducto y el videoclub privado de la familia. Las paredes estaban llenas de estanterías que albergaban un montón de cintas VHS que mi abuelo grababa de la tele, y a las que después identificaba con pegatinas, esfuerzo y desbordante imaginación. En el tabique compartido con la siguiente estancia, casi tocando al techo, había un agujero rectangular de unos 50 x 60cm, entiendo que hecho expresamente para evitar muertes por inhalación de monóxido de carbono por la falta de ventilación.


La estancia con la que comunicaba era la de mi abuela. El lugar donde nació mi padre, donde la comadrona borracha que lo ayudó a salir del agujero, lo lavó con alcohol de 96º en lugar de agua y donde mi abuela veía la tele desde la cama mientras comentaba con mi abuelo, a voz en grito, el devenir de la película que echaban. En éste caso y aunque potencia de voz no nos falta en la familia, el agujero de la pared también facilitaba la comunicación entre ellos. El cuarto no era mucho más grande que el anterior y lucía idéntico agujero al ya mencionado en el segundo tabique del que disponía y que conectaba con el salón, la última habitación de la casa por repasar.

En esa habitación, el salón-comedor, se han vivido las broncas y discusiones más bestias, los Reyes Magos dejaban los regalos y era donde mis abuelos comentaban todas las pelis, sin excepción, por miedo a que el resto de la familia no entendiera el argumento. El papel de la pared imitaba al estucado blanco, un gran bufete cubría la pared colindante a la fachada y aguantaba el peso de la tele que raramente estaba apagada. En la pared de enfrente, por debajo del famoso agujero, estaba el sofá más incómodo de toda la historia. No entendí muy bien la razón, pero mis abuelos tenían una predilección especial por los sofás-cama de complicados estampados y, armazón y brazos de madera. No existe niño Giménez que no se haya cagado en la reputa madre que parió a esos reposabrazos duros como Chuck Norris. Los golpes en el talón de Aquiles o en toda la jeta tras una sesión de volteretas y pino-puente, eran un castigo demasiado estricto e injustificado. Todavía sueño con esos trozos de madera barnizada y sus hostiazos.


Finalmente, ya hace más de diez años, el ayuntamiento y un plan de urbanismo, decidió demoler casi todos los edificios de la calle Metges y realojar a los vecinos en viviendas de protección oficial con todas las comodidades necesarias, paredes y suelos rectos, y muy cerca de su antigua calle. Una calle que ya no existe. Ahora, el mayor número de médicos de la ciudad se concentra en Vall d’Hebrón.

Por cierto, comentaros que la tardanza con ésta entrada es culpa del Tribunal Constitucional. He estado estancada con el post “Las 7 diferencias” entre el TC y una casa de putas, desde el lunes… la idea ha sido desechada por no encontrar más de dos.