Son las 2:00h de la mañana y no puedo dormir, hace más de hora y media que he abandonado la lectura nocturna con un sonoro choque de páginas. Mientras hago la croqueta en la cama, incapaz de durar más de 2 minutos en la misma posición, no consigo dejar de pensar… que si el Ibex 35, la propulsión iónica, qué habrá sido de Fernando Esteso, como meter un barco en una botella de Coca Cola de 2 litros, mis clases de hula-hop, el antiguo piso de mis abuelos…
“Casa dels avis” era un piso pequeño y oscuro en el número 13 de la derruida calle Metges de Barcelona, en el Casco Viejo. Por el antiguo sistema gremial de la ciudad podemos deducir que, siglos atrás -aunque no sabría decir cuántos-, ésta calle concentraba el mayor número de matasanos de la capital catalana. El edificio de piedra donde vivieron Vicente y Catalina la mayor parte de su vida, fue sin duda el primer edificio “vela” de la ciudad, cuando enfilábamos la calle desde su entrada sur, se podía apreciar fácilmente como lo que debía ser una fachada, se abombaba como la barriga de una preñada. Recuerdo la calle en un estado lamentable desde bien pequeña, donde lo mejor que podías hacer era esquivar socavones, mierdas de perro y yonkis, mientras usabas la mano a modo de abanico para apartar moscas y otros bichejos voladores. Tiempo atrás fue una calle normal, con una relación estrecha entre los vecinos y una bodega que los unió todavía más al instalar la primera tele del barrio.
El interfono no existía en un edificio tan estrecho que sólo permitía un balcón de apenas un metro de ancho en cada piso. Cuando llamábamos al timbre -que seguro instaló mi abuelo- automáticamente dábamos un paso atrás, mirábamos hacia arriba y esperábamos el movimiento de la ropa tendida y el hueco por el que aparecía la cara de mi abuelo. El lanzamiento de llaves –envueltas en una gamuza sujeta con una goma de pollo- se ejecutaba magistralmente por Vicente, de la destreza del receptor dependía el atraparlas al vuelo ya que el riesgo de que cayeran sobre una mierda o una rata muerta, era alto. La familia batió récords de tiempo en la subida de los dos primeros pisos; para llegar al primer escalón del ascenso debíamos recorrer un largo pasillo que acababa en la puerta del bajo, allí vivía “la Pepa”, o mejor dicho, allí se descomponía. La peste que emanaba de esa puerta era tan fuerte que no recuerdo haber respirado nunca antes de escalar 20 o 30 peldaños. Está claro que “la Pepa” sufría el síndrome de Diógenes, aunque en aquellos tiempos se la conocía como “la loca guarra del bajo”, que sinceramente, viene a ser lo mismo.
Las escaleras del edificio tenían una trágica historia a sus espaldas que afectaba directamente a los Giménez. Mi bisabuela, la “yaya”, murió con 80 y tantos años, al despeñarse por ellas mientras las fregaba. ¡Como lo cuento! En algunos escalones había gotas de pintura roja de antiguas reformas con las que mi mente macabra fantaseaba, imaginando que eran restos de sangre de la limpísima anciana.
Al llegar al 3º 2ª la puerta ya estaba abierta de par en par. Sin poner un pie dentro de la casa, al final del largo pasillo que allí mismo comenzaba, se podía ver el pequeño balcón que proveía de luz natural al salón-comedor. Al lado izquierdo de ese pasillo comunicaban todas las estancias de la casa, en el derecho y empapelada con una bonita imitación de tablones de pino, se alzaba una pared irregular donde lucían varios cuadros, platos decorativos y demás recuerdos. Al cruzar el quicio de la puerta, encontrábamos la cocina-lavabo (no, no me he confundido), a un lado la nevera, al otro, el pequeño aseo y la ducha, separados de la cocina por una endeble puerta. Al abrirla, la taza del wáter aparecía inmediatamente colocada de forma lateral, o sea, no entrabas al baño sino que te sentabas directamente. En esa posición, cuando cerrabas la puerta, quedabas totalmente enclaustrado. El toallero a la izquierda a escasos centímetros de la cabeza y del otro lado, la puerta en la que venía incorporado –si no recuerdo mal- el rollo de papel higiénico y donde te podías apoyar cómodamente si ibas estreñido. Si volcabas la cabeza hacia delante, te la podías lavar fácilmente en la ducha. Lo más curioso de todo es que, debido al escaso espacio, no había lavamanos y, tanto los dientes, las manos, como la cara, te los tenías que asear en la pica de la cocina.
La siguiente habitación que encontramos, era un habitáculo de no más de 6 m2, donde siendo mi padre pequeño, vivió una familia realquilada de 4 miembros. Ésta misma familia, más unos primos lejanos, participó en “Qué apostamos”, jugándoselo todo a que se metían 15 en un seiscientos. Ganaron. Los últimos años fue la habitación de mi abuelo, su reducto y el videoclub privado de la familia. Las paredes estaban llenas de estanterías que albergaban un montón de cintas VHS que mi abuelo grababa de la tele, y a las que después identificaba con pegatinas, esfuerzo y desbordante imaginación. En el tabique compartido con la siguiente estancia, casi tocando al techo, había un agujero rectangular de unos 50 x 60cm, entiendo que hecho expresamente para evitar muertes por inhalación de monóxido de carbono por la falta de ventilación.
La estancia con la que comunicaba era la de mi abuela. El lugar donde nació mi padre, donde la comadrona borracha que lo ayudó a salir del agujero, lo lavó con alcohol de 96º en lugar de agua y donde mi abuela veía la tele desde la cama mientras comentaba con mi abuelo, a voz en grito, el devenir de la película que echaban. En éste caso y aunque potencia de voz no nos falta en la familia, el agujero de la pared también facilitaba la comunicación entre ellos. El cuarto no era mucho más grande que el anterior y lucía idéntico agujero al ya mencionado en el segundo tabique del que disponía y que conectaba con el salón, la última habitación de la casa por repasar.
En esa habitación, el salón-comedor, se han vivido las broncas y discusiones más bestias, los Reyes Magos dejaban los regalos y era donde mis abuelos comentaban todas las pelis, sin excepción, por miedo a que el resto de la familia no entendiera el argumento. El papel de la pared imitaba al estucado blanco, un gran bufete cubría la pared colindante a la fachada y aguantaba el peso de la tele que raramente estaba apagada. En la pared de enfrente, por debajo del famoso agujero, estaba el sofá más incómodo de toda la historia. No entendí muy bien la razón, pero mis abuelos tenían una predilección especial por los sofás-cama de complicados estampados y, armazón y brazos de madera. No existe niño Giménez que no se haya cagado en la reputa madre que parió a esos reposabrazos duros como Chuck Norris. Los golpes en el talón de Aquiles o en toda la jeta tras una sesión de volteretas y pino-puente, eran un castigo demasiado estricto e injustificado. Todavía sueño con esos trozos de madera barnizada y sus hostiazos.
Finalmente, ya hace más de diez años, el ayuntamiento y un plan de urbanismo, decidió demoler casi todos los edificios de la calle Metges y realojar a los vecinos en viviendas de protección oficial con todas las comodidades necesarias, paredes y suelos rectos, y muy cerca de su antigua calle. Una calle que ya no existe. Ahora, el mayor número de médicos de la ciudad se concentra en Vall d’Hebrón.
Por cierto, comentaros que la tardanza con ésta entrada es culpa del Tribunal Constitucional. He estado estancada con el post “Las 7 diferencias” entre el TC y una casa de putas, desde el lunes… la idea ha sido desechada por no encontrar más de dos.
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7 comentarios:
¿qué casas las de antes eh? En todos los cascos antiguos hay construcciones populares chiquiturras como la que has descrito.
Estoy seguro que pese a la incomodidad del sitio guardarás buenos recuerdos al ser el hogar de tus abuelos. Un besazo!
Confiesa, tú has estado en mi casa. Esa descripción del baño te delata. XD
Jose R., ni que lo digas... al final sientes un poco de morriña por los puntos de sutura causados por el sofá... ¡Que tiempos aquellos!
Yoesque..., jajajaja en el fondo, lo de lavarse los dientes en la cocina es practiquísimo después del café con leche de la mañana, lavas la taza con colgate y te ahorras el fairy...
Mis abuelos, por parte de madre, vivían en un mísero cortijo de Andalucía, pero tengo buenísimos recuerdos de mis veranos allí, era como ir a otro mundo, la cocina de leña, sin agua (mi abuelo la subia en tinajas con una mula y un burrito), sin luz (candiles de aceite), en el "lavabo" el respaldo era la pared trasera del cortijo y estabas acompañado de gallinas, gatos y moscas (o sea que era en el campo por si no lo pillas) y el papel eran periódicos viejos, eso si no te lo olvidabas... no te cuento entonces. La ducha era un barreño de agua calentada en la cocina.
A los 2 dias de estar allí todo yo era cardenales y heridas. Un niño de ciudad y torpecillo pues te puedes imaginar, queria seguir a mis primitos y estaba mas tiempo rodando por el suelo que de pie, mi abuelo decia: "jesu!!, este niño paece de merengue".
Ahora la casa (remodelada) sirve de espacio para guardar maquinaria y aparejos de cultivo de los que compraron por "4 perras" el cortijo y el terreno y lo han convertido en campos de chirimoyas y aguacates.
un abrazo
KBG
Lo que yo te diga, que antes sin tantas comodidades ni lujos nos criábamos igual y menos apollardados que ahora. Todos hemos tenido un incómodo sofá en el que dejarnos la espalda o partirnos la crisma... ;-) por cierto: Como te echo de menos!!!
Ainhoa, soc la Marta i mare meva aquesta casa era tal qual la descrius, i les pelis comentades i la teva familia al completo.Sempre em van agradar molt els vostres avis. Una abraçada m'he enrecordat de coses que feia temps que no em passaven pel cap...
Yo he vivido toda la vida en el nº 14, hasta hace 10 años más o menos. Antes del los derribos.
Conocí a Pepa desde muy pequeña. Se quién son tus abuelos qu hablaban con la mía. La pena es como a cambiado todo.pero volvería sin dudarlo sí pudiera
La pastelería de la Sara o el trapero de enfrente de tus abuelos. Pero guardo un gran recuerdo de mi barrio y de la gente que vivía y no están con nosotros los que viven y sigue allí.
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