lunes, 4 de octubre de 2010

Son cosas que pasan

Las cosas ocurren por algún motivo, bien sea por casualidad, por las leyes de la naturaleza, por estupidez o descuido, por algún motivo, ocurren cosas…
Ayer me vino la regla por ducentésima sexagésima vez en mi vida. Para que nos entendamos, desde los 11 años he sufrido dolor de ovarios cada 28 días aproximadamente, o sea, 13 veces al año por 20 años, da un total de 260 veces. ¡Se dice rápido! Echando cuentas (sí, ha sido un fin de semana bastante aburrido), si multiplicamos el número de periodos del último par de décadas por una media de duración de 4 días cada uno, el resultado son 1040 días, o lo que es lo mismo, 2 años, 10 meses y 12 días “sangrando” cual hemofílico con Parkinson afeitándose . Y siguiendo con los números, también he calculado el coste que ha supuesto mantener a raya de la forma más higiénica posible la dichosa hemorragia todo este tiempo: ¡500€ en tampax y compresas! Teniendo en cuenta que cualquier chico de mi edad ha dispuesto, o dispone todavía, de una paga extra que las chicas nos dejamos en la droguería, espero que hagáis una buena inversión con ella. “¡¡La Play3 nen, para la Play me llega!! Estaréis pensando la mayoría. Pues no, me refería a invitar a cenar a alguna amiga, comprarle flores a vuestra madre, reservar un fin de semana romántico con vuestra chica, acompañar a la abuela al médico… ¡Joder como tengo las hormonas!
Tranquilos, con nuestro presupuesto para maquillaje, peluquería y depilación, os llega para la Play3 y el Guitar Hero.


Hace unos días en la Plaça Reial, mientras sonaba algo en el escenario de las Festes de la Mercè y estando ya considerablemente “contenta”, un grupo de chicos se nos acercó a Zanui y a mí. Chicos que no tendrían más de 23 años, de esos que te cogen por el hombro o la cintura como si te conocieran de toda la vida y se te ponen a hablar a 3 centímetros de la cara sin cesar en su actitud aunque te vean echar el cuello hacia atrás con desesperación para ganar un poco de espacio vital. Fui amable, en serio, lo fui, incluso acepté su mano cuando me la ofreció para bailar (tocaban los Standstill y… ¡¡eso es inbailable!!) y di un par de vueltas sobre mi misma a modo de peonza. Fui amable… hasta que al muy cabrito no se le ocurrió nada mejor que decirme que era clavadita a su madre. Pero, a ver majo, ¿en serio piensas ligar soltando semejantes piropos por esa boquita de postadolescente? Creo que mi cara reflejó de forma extremadamente clara lo que pensaba, hasta tengo dudas de que no apareciera un display con leds luminosos en mi frente anunciándolo: ERES UN CAPULLO… ERES UN CAPULLO… ERES UN CAPULLO… Lo pilló del todo cuando me dijo que le presentara a mis amigos y, de lejos y señalándoselos, le dije: “ese es Gustavo, ese es Adolfo y ese Bécquer” y me largué.


Un día de ésta semana, estando en el trabajo, me llamaron al móvil desde un teléfono que no conocía. Al contestar, oía ruidos de fondo pero nadie respondía, colgué. Me vuelve a sonar el móvil y es el mismo número otra vez, se repite la historia, contesto, ruido, no responden. Esto pasó unas 5 veces seguidas y, harta de la interrupción y pensando también en el dineral tonto que le costaría la broma a quien llamaba, seguro que accidentalmente, decidí devolver la llamada desde el teléfono del trabajo para informar del incidente. Nada, la misma suerte, ruido y sin respuesta. Aquí ya me empecé a mosquear. Me vuelven a llamar un par de veces. Vuelvo a llamar yo y… ¡me contestan!

- ¿Hola?- una voz de chico.

- Hola, mira es que llevo un buen rato recibiendo llamadas de este número y supongo que debe ser por error porque no me responde nadie, soy Ainhoa y llamaba para avisar.

- Ah, perdón, el teclado táctil, el bolsillo… ¿Ainhoa? Yo te conozco, soy XXX, ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

- ¡Aaaahh XXX! - Suelto en voz lo suficientemente alta mientras me giro en busca de la mirada cómplice de Gemma que me observa entre carcajadas. -Bien, estoy bien ¿y tú?- Mierda, mierda, mierda pienso para mis adentros.

- Bien, afortunadamente todo va bien. Te intenté contactar varias veces pero no tuve respuesta. –me dice con su dulce acento argentino.

- Sí, bueno, no sé, es que yo… ya, lo vi, pero es que yo… - La facilidad de palabra de Sofía Mazagatos con el coeficiente intelectual de Paquirrín o viceversa, se hubieran entendido mejor.

-Y por lo que veo has borrado mi número. - Me suelta con voz de cordero degollado.

- No, es que sabes perdí el móvil y con él un montón de números. – Aquí fui rápida pero, por supuesto, muy poco convincente.

- Bueno pues, me alegro de oírte y, si no has cambiado tu email, ya si eso nos decimos algo. – Y dale con la pandereta, pensé. – Un beso. – Se despidió.

- Bueno, sí, me alegro de que estés bien XXX. Un beso.

Cuando colgué Gemma todavía se reía.

El caso es que el año pasado quedé 3 o 4 veces con XXX, era un chico muy agradable, muy guapo y dulce pero, no acababa de funcionar, no había chispa entre nosotros, ni sentía nada cuando le miraba a los ojos. Después de nuestra última cita, me llamó un par de veces y me envió algún mensaje, al que yo no respondí. Fatal, lo sé, me porté como una niñata cobarde. Y, al cabo de unos días, recibí un email suyo que me dio miedo a abrir porque creía que leería en él lo que yo ya sabía, que me estaba portando mal y que mi comportamiento daba pena. Pues no, todo lo contrario, en pocas palabras me decía que no sentía que lo nuestro fuera a funcionar y que no era su intención aprovecharse de mí, que entendería si no le contestaba el email… Vamos, que me “dejaba”. Tampoco contesté, pensé que no era justo responder algo tipo “si yo estuviera interesada ¿no crees que te hubiera contestado las llamadas?”. Si no di la cara antes, no iba a hacerme la orgullosa a esas alturas, creo que no tenía derecho. Así que preferí dejarlo todo en el aire, que cada uno sacara sus propias conclusiones sobre lo ocurrido.
Y el otro día, está claro que me pilló totalmente desprevenida, muchas veces me equivoco y hago las cosas con el culo -ese que aprieto cuando algo me da asco-, y por miedo a afrontar las cosas a su debido tiempo, después me explotan en la cara y me chamuscan las pestañas.

Ayer lloré con anuncio de la tele. Es una historia bonita y emotiva, romántica y sensiblona hasta el punto de hacerte llorar. Primero lloré al oír “hablar” a Pascual con su acento de Granada sobre la historia de sus padres. Después, las lágrimas seguían brotando al oír Nessum Dorma de Puccini, que siempre causa el mismo efecto de humedad en mis ojos. Y, al final, cuando moqueando esperaba saber qué marca era la responsable de la bonita historia, empecé a llorar de pura decepción. ¡Nooooooooo… por Diooooooos, nooooooo! ¿Un anuncio de chóped? ¿¿Era necesario crear todo este tinglado de sentimientos y sentidos para anunciar fiambre?? Me sentí ridícula al llorar con un anuncio de Campofrío, tan ridícula como se debió sentir Martín Berasategui preparando un plato con jamón York en su restaurante de 3 estrellas Michelin… Cabe decir que por la tele, no conoces la marca hasta el final. Sólo espero que los de Don Simón sigan con sus campañas comparativas con otras marcas y no se atrevan a utilizar a Ennio Morricone o Bob Dylan para su publicidad nunca en la vida. Cada oveja, con su pareja.

Aquí dejo el link para los que no lo hayáis visto: http://campofrioylos4sentidos.com/

…Veeen vamos a disfrutar ay sangría Don Simón… ¡Ay!

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